4.12.09

“Ir a un recital es tomar un riesgo que no debería existir”.-

Tras el último show de Viejas Locas, en Vélez, nuevamente quedó al descubierto que, a pesar de la repetida frase “esto no puede volver a suceder”, algunos espectáculos culturales continúan llenos de deficiencias en la organización, violencia y exclusión. A pocos días de cumplirse cinco años de la masacre de Cromañón y a 18 de la muerte de Walter Bulacio, poco se ha aprendido y casi nada se ha avanzado. La mesa de debate parecería estar vacía, cuando, en realidad, estos asuntos deberían tener una discusión constante si es que el Estado, los músicos y los organizadores pretender producir un cambio que no sea únicamente de fachada.


Por Nahuel Lag
Fotografía gentileza de Pablo Freytes


Buenos Aires, diciembre 4 (Agencia NAN-2009).- "Si no pasaba lo de Rubén, nadie se enteraba", sentenció un amigo del barrio de Rubén Carballo, de 17 años, hace poco más de dos semanas en la puerta del hospital del Centro Gallego. Rubén sigue internado allí en estado de "coma profundo" desde que el mediodía del 15 de noviembre lo encontraron golpeado e inconciente en un predio ubicado a 500 metros del estadio de Vélez Sársfield, donde había ido a ver el regreso de Viejas Locas la noche anterior. Como tantos otros, con o sin entrada, sufrió la represión "con saña por parte de la policía", aseguró su amiga Florencia, la última en verlo el sábado. ¿De qué nadie se enteraba si no pasaba esto? El caso Rubén fue el detonante para repensar la deficiencia en la organización, la violencia y la exclusión que sufren los jóvenes en el acceso a los espectáculos culturales, 18 años después de que la policía mató a Walter Bulacio luego de un recital de los Redondos y a casi cinco años de Cromañón. “Estos temas deberían tener un debate constante, y así parece cuando se dice ‘no puede volver a suceder’, pero el debate se cierra y los medios resumen los problemas centrales a tragedias personales”, indicó el periodista de cultura y espectáculos Eduardo Fabregat.

Basta escuchar el relato de los amigos que estuvieron con Rubén haciendo una cola de hasta cinco cuadras en la avenida Juan B. Justo para entrar por la única puerta que la organización del show, a cargo de la empresa Fénix Entertainment Group, había dispuesto para que ingresen gran parte de las 35 mil almas que llegaron a ver la vuelta de Viejas Locas: gente tirando las vallas para colarse, la policía avanzando con gases lacrimógenos, "apuntando hacia la gente" sus balas de goma, la barrabrava de Vélez salteando la cola, entrando al estadio y controlando la puerta de ingreso. El saldo, una treintena de pibes heridos y 44 detenidos.

"Con aristas distintas, el paralelo con Cromañón es obvio porque fue un evento donde la organización fue superada por los acontecimientos. Seguimos lidiando con organizadores y músicos que a la hora de realizar un espectáculo no toman los recaudos necesarios para que no se convierta en un peligro asistir a un show. Le paso a Callejeros por inexperiencia y es más grave que le pase a una empresa como Fénix", graficó Fabregat, editor de la sección cultural Página/12.

Lo ocurrido en el ingreso del recital de Viejas Locas parece una figurita repetida a la que hay que buscarle sus compañeras de hoja: el público, la empresa organizadora del espectáculo --después de Cromañón representada por grandes empresas de “entretenimiento”--, el rol de la policía como única presencia estatal ante la ausencia de controles efectivos por parte de los inspectores, la inexistencia de ofertas públicas para el esparcimiento juvenil y la responsabilidad de los músicos.


El público, los jóvenes

Si hay algo que (auto)define al público argentino es el rotulo de “mejor público del mundo” por el clima de euforia y pasión que cargan a los recitales, al que en el caso de bandas populares como Viejas Locas se le agregan las características tribuneras de las canchas del fútbol: cánticos, banderas, paraguas de colores y también una manera de vestir que se relaciona al contenido de las letras de Viejas Locas; como también ocurre con las de Callejeros, en las que en las que “los jóvenes vulnerados en todos sus derechos se encuentran con que entienden lo que les pasa en su vida, aunque dentro del público también hay jóvenes de clase media que por una noche se sienten diferentes y fuera del sistema”, apuntó la psicóloga Laura Piñero, especialista en juventud y master en Estudios Culturales. Entonces, las bandas populares se transforman “en espacios de pertenencia, que funcionan como falsos paraísos frente a otros sentidos de pertenencia más reales que no están presentes en muchos, como el trabajo y la educación”.

Además, para acceder a un recital, hay que tener una entrada como la que tenía Rubén en su bolsillo --y tantos otros que fueron, como él, rociados por la tintura azul de los camiones hidrantes y golpeados por la policía--. “Entrada ¡Vaya significante!”, resaltó la psicóloga. “El recital es un espejo de lo que pasa en la sociedad: los que acceden y los que no. Hay pibes que no pueden pagar la entrada y van intentar entrar, como diciendo 'nosotros también queremos pertenecer'. Y la represión aparece en el medio para impedir el acceso ilegítimo a la propiedad privada”, resumió Piñero.

Para Fabregat, la clase social asociada al público de cada banda tiene que ver en la manera en que los pibes viven el acceso a la cultura: “Los que van a ver estás bandas son más fáciles de estigmatizar desde los medios y desde el pensamiento medio de la sociedad: 'Los cagaron a palos porque estaban haciendo bardo' o 'seguro que se quiso colar', se dice, pero a Rubén lo encontraron con la entrada en el bolsillo". Además, el periodista resaltó que las protestas de los vecinos por el ruido generado por los recitales en algunos predios porteños son una excusa más porque “lo que les molesta a los vecinos son los 40 mil pibes dando vueltas en el barrio, mal vestidos, con pelo largo, con olor porro. Es la mentalidad media fascista argentina que justifica la represión”.


El rol de la policía: el control o la represión por estigmatización

"Los pibes podrán estar tomados, fumados, pero eso no justifica cagarlos a palos. No podemos pedir que una masa de 35 mil personas sometida al maltrato de la productora y al de la policía, haciendo colas de cuatro horas, con calor y los caballos de la policía apurándolos, sean blancas palomitas que pidan: ‘Por favor, señor policía’”, graficó Fabregat. La noche del regreso de Viejas Locas, la comisaría 44ª --a cargo del comisario Eduardo Meta--, fue responsable del operativo. El titular del área de Seguridad Urbana de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, Ricardo Dios, denunció penalmente el accionar policial y la causa quedó carátula por “lesiones e incumplimiento de los deberes de funcionario público”.

Aprovechando sus más de 20 años como parte del público de rock, el periodista señaló que la relación violenta con la policía es algo que se mantiene en el tiempo: "Ya pasaba en los 60s y 70s cuando tenían vía libre, pero en los 80s y en democracia, después de un recital temblabas porque el camión celular de la policía iba a estar en la puerta. Entonces, llenaban colectivos de gente sólo por averiguación de antecedentes y lo hacían con la violencia acostumbrada hacia los jóvenes”.

Según Piñero, hay un ingrediente más en el cóctel cultural que lleva a la represión: "El guión de los medios”. Según la información que corre en ellos, “los jóvenes que ingresan a los recitales sin entrada son los responsables de su propia pobreza --resaltó Piñero--. Cuando se hace un guión descalificando y estereotipando a estos jóvenes excluidos se prepara el terreno para que si los matan no sea lo mismo que matar a un 'ciudadano'. Ellos ya fueron desprovistos de humanidad y el rol fundamental de los medios es legitimar las prácticas de represión y mano dura”.

"La policía no va a cambiar, no va a empezar a respetar al rockero, porque lo considera un drogón, un maricón, un peligro para la sociedad, un pendejo que tendría que estar en su casa y al que los padres no lo cuidaron. Lo que llama la atención es que sabiendo cómo es esa relación, ni el público ni los organizadores hayan encontrado una solución por encima de ese estado de las cosas”, remarcó Fabregat.

Respecto de la relación de posible complicidad entre policía y organizadores, que en el caso Cromañón quedó demostrada, Eduardo Salinas, sobreviviente de esa masacre e integrante de la agrupación 30 de diciembre, advirtió que “la policía ha mostrado saber actuar por fuera del Estado y manejar sus negocios”. Las barrasbravas no estarían lejos de esas prácticas, ya que según los testimonios de los jóvenes que estuvieron esperando ver a Pity Álvarez, la barra de Vélez "ingresó al estadio sin entradas, salteando la cola y hasta se acomodó en las puertas junto a los encargados de la seguridad de entrada".


Las empresas de “entretenimiento”, los músicos y el Estado ausente

“Omisión de recaudo” en la organización del recital es lo que se le imputa a la empresa Fénix --perteneciente a los mismos dueños que Top Show, empresa encargada de vender las entradas-- y a la Dirección General de Habilitaciones porteña, que entregó el permiso que indica la cantidad de público máxima permitida sólo un día antes del recital y a dos meses de que se pusiera en venta la primera localidad. "Con la aparición de las empresas de festivales (post Cromañón), se pensaba que al pagar una entrada cara se jerarquizaba la seguridad del recital, pero desorganización se sigue viendo. La lógica se mantiene y es la ganancia por la reducción de costo en detrimento de la seguridad de la gente. Entonces, ir a un recital es tomar un riesgo cuando ese peligro no debería existir”, apuntó Salinas. Además, el integrante de la agrupación de sobrevivientes de Cromañón apuntó que “con la creación de los festivales y su lógica de organización de eventos, las firmas se lavan las manos ante un problema. Después de la represión de Viejas Locas, aún no se sabe si hubo sobreventa de entradas ni quién dio la orden a la policía”.

Por otra parte, Fabregat apuntó que a veces no se ven los errores de los músicos: "No es 'subo y tocó', el músico tiene que estar al tanto de lo que pasa afuera. La gente compró la entrada porque te quiere ver y eso te convierte en responsable. Si el rock en Argentina se profesionalizó para la producción de discos, también se debe profesionalizar para realizar recitales”.

Para Salinas, lo que ocurrió con los cierres de locales después de Cromañón y el salto a los festivales no redujo los riesgos, sino que ahora “para estar más seguro tenés que pagar”. Y remarcó: “A las bandas chicas Fénix no les va a dar un lugar para tocar, entonces siguen tocando en lugares inseguros, ya que los dueños no los mantienen en regla para reducir los costos y tener ganancias sobre un público que puede pagar entradas de bajo precio”.

“Con lo que se gasta en hidrantes y represión, el Estado podría subvencionar entradas a los públicos de determinadas bandas o subsidiar a las bandas para que toquen gratis”, esbozó Piñero. “Lo importante es que el debate siga. A Bullacio lo mataron hace 18 años. De Cromañón se van a cumplir cinco. No cambió nada. Habrá cambiado la fachada, pero seguimos corriendo los mismos riesgos de siempre", sentenció Fabregat.


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